Año con año, las festividades navideñas vienen a traernos una alegría muy peculiar. No se trata de la alegría bulliciosa de un carnaval o un cumpleaños, sino que nuestro regocijo está, en esta época, teñido de vagos sentimientos dulces y solemnes. Esto se debe en gran medida a que, durante la Navidad de cada año, recordamos otras ya idas, cuando teníamos cerca de nosotros a algunos de nuestros seres queridos que ahora están muy lejos o quizá se han marchado para siempre.
¿Y por qué pensamos especialmente en el pasado durante esas fiestas? Es posible que en nuestro fuero interno supongamos, como lo hacían nuestros antepasados, que esta época del año significa el término de un importante ciclo vital y que, antes de empezar el siguiente, debemos hacer una pausa en el ajetreo cotidiano para volver a ligarnos al ayer y a nuestros viejos seres queridos; para recapacitar sobre las experiencias y los logros que nos ha ido dejando entre los dedos el año que termina.
Hace muchos, muchos años,..
Pero no vayan ustedes a creer que esto es algo que sólo sentimos las personas de hoy, nada de eso! En el fondo y a través de todas las épocas, los seres humanos somos muy semejantes y compartimos infinidad de impulsos y emociones. Así, ya los antiguos sentian, durante estos dias, las mismas sensaciones que experimentamos nosotros ahora.
En Roma, por ejemplo, las celebraciones de esta temporada de fin de año y principio de otro, eran dos: las Compitalia, que pertenecían al campo, y las Saturnalia, que se celebraban en las ciudades. Ambas se efectuaban en honor de ciertos antiguos dioses etruscos.
En esa temporada se hacían ofrendas y regalos, tanto a los vivos como a los difuntos que hubieran pertenecido a la familia, pues era el momento de recordar amablemente a los muertos queridos. Durante esas fiestas, a pesar de que reinaba una gran algarabía, predominaba una atmósfera de nerviosidad y terror, porque se pensaba que entonces los espíritus de los que habían partido volvían a sus antiguos hogares para vengarse de sus deudos o recompensarlos. Así pues, había que estar preparados para agasajarlos. Por fortuna durante ese tiempo del año había gran abundancia de alimentos y, de esa manera, los espectros podían quedar satisfechos con las ofrendas que se especialmente les hacían y comprobar que no se les olvidaba en las fiestas, a pesar de que ya moraban en el tenebroso mundo inferior.
Durante las Saturnalia se alteraba el Importante ciclo orden normal de las cosas y así, en esa celebración, los amos servían a sus esclavos, quienes se sentaban en la mesa de los señores. Inclusive se les permitía portar la gorra de la libertad. Simbólicamente y por unos días, dejaban de ser siervos.
En los tiempos de la República romana, las fiestas Saturnalia duraban solamente un día: el 17 de diciembre. Pero ya bajo el principado de Augusto su celebración fue de tres, del 17 al 19. Durante la época de los finales del Imperio, las Saturnalias se prolongaban del 17 al 23 de diciembre. Duraban pues casi lo que ahora nuestras posadas.
La adivinación Navideña
Los juegos de azar y la adivinación eran muy practicados durante las fiestas etrusco-romanas de fin de año. En esos días, se generalizaban por las calles los partidos de dados y otros juegos por el estilo, pues se consideraba que los espíritus que pululaban en el aire por entonces ayudaban a quien los invocaba y le conferían buena suerte.
Por otra parte, los hechiceros hacían su agosto, por así decirlo, ya que todo el mundo procuraba escudriñar los arcanos de año venidero por cualquier método adivinatorio que tuviera a su alcance. Ya se ve que en eso tampoco hemos cambiado mucho, pues por estos dias, infinidad de personas buscan los horóscopos formulados para el año el año próximo, con el deseo de averiguar lo que les reserva la suerte en los trescientos sesenta y cinco días por venir.
Los antiguos romanos creían que en esta temporada, los muertos podían romper su silencio y comunicarse con los vivos para revelarles los reveses y venturas que el destino les reservaba. Todavía queda cierto resabio de esas creencias en la cualidad adivinatoria que se atribuye a los doce días que van de la Navidad a la Epifanía, o sea la fiesta de los Reyes Magos. Ese lapso es llamado "cabañuelas" y se cree que del tiempo que en él reine se puede deducir el clima del año, día por día y mes por mes, según una antigua tradición.
Por qué hacemos regalos de Navidad
La costumbre de dar regalos en Navidad tiene orígenes muy variados, pero se ha afirmado tradicionalmente que con que con ella se conmemoran los presentes que los Reyes Magos llevaron al Niño Jesús De ser así, esta costumbre explicaría únicamente los regalos del Día de Reyes o epifanía, pero no los que se hacen el día de solsticio de invierno, o sea el 24 de diciembre.
No hay duda de que en las festividades paganas igualmente fuertes: la latina y la nórdica. La costumbre de dar regalos durante esas fechas está enraizada en ambas tradiciones, aunque al parecer, el cristianismo heredó la idea de los regalos de los presentes latinos llamados strenae, los cuales molestaban tanto al célebre Tertuliano, que por fin los declaró "práctica idolátrica". Por cierto que de esa palabra latina, strena que significa dádiva, viene el verbo castellano de estrenar, usar algo por primera vez, ocasión en que se nos pide "el remojo", es decir un regalo también
El origen de la cena de Navidad
Los imponentes y tradicionales banquetes que celebramos en Navidad y de cuyos efectos solemos no recobrarnos sino hasta pasada la fiesta de Reyes- tienen un origen pagano muy interesante y remoto. En un principio, esas comilonas se efectuaron durante el solsticio invernal, con objeto de festejar el fin de las labores agrícolas y propiciar al espíritu del grano que se había sembrado poco antes. Se suponía, además, que dicho espíritu podía encarnar temporalmente en ciertos animales que se alimentaban de gramíneas, como, por ejemplo, un lechón o un ganso y, posteriormente, pavo, una vez que América fue descubierta y nuestro guajolote pasó a enriquecer la cocina occidental. En un principio se pensó que el comer ritualmente la carne de estos animales era una forma de hacer honor al espíritu del grano y que éste, al ver honrado de tal manera, recompensaría a quienes así lo halagaban y se mostraría generoso dando una cosecha abundante.
Además del animal ritual que tenía un significado simbólico especial, se mataban otros más para que hubiera suficiente, comida en la casa. Por otra parte, esta costumbre atendía a ciertas razones de economía, porque como en esta época no había suficiente pasto para alimentar a los animales, era preferible, en algunos casos, matarlos y consumirlos en la mesa del banquete o bien guardarlos, salados, para otra ocasión.
Se prohíben los pasteles de Navidad
Aparte del animal ritual, se acostumbra por esos días comer deliciosos pasteles de miel, frutas y especies. Esta tradición data de épocas un poco más recientes. Es de origen nórdico y tal tipo de golosinas vino a representar a los ricos, presentes orientales que los legendarios Reyes Magos llevaron al Niño Jesús.
Esta espléndida tradición culinaria tomó en Europa Central la forma de los exquisitos pastelillos y galletas de jengibre y en otros países se convirtió en el pastel dorado confeccionado con oscura miel, en el especioso "Plum pudding" o en el no menos suculento pudding navideño inglés, que es una de las glorias máximas de la repostería mundial. Esta maravilla culinaria es también una forma de adivinar el futuro, pues va relleno de varios objetos pequeños y simbólicos, que determinan la fortuna anual de los comensales a los que caen en suerte.
Naturalmente, todo esto dio pie para que se hicieran alegres bromas y hubiera gran algarabía y bullicio, lo cual llegó a incomodar a unos de los personajes más aburridos y tristes de la Historia: los puritanos, quienes, en 1644, protestaron enérgicamente contra el delicado gusto de los confites navideños y la jovialidad que reinaba en la mesa por esas fechas. Y tanto y tanto se molestaron y quejaron esos señores, que lograron que por fin se prohibieran temporalmente muchos de los deliciosos platillos tradicionales de la Navidad y se refrenara un poco la alegría que es propia de esa fiesta.
Por fortuna, el rey Carlos II de Inglaterra volvió a autorizar todo lo que los puritanos habían censurado y reprimido y, de este modo, la alegría navideña volvió a imperar en los hogares ingleses, que desde entonces celebran la Navidad con cenas tan fabulosas como las que describió e inmortalizó Carlos Dickens en sus novelas, tan llenas de colorido y costumbrismo.
El Nacimiento
Sin embargo, aunque las tradiciones nórdicas sean ricas y encantadoras, no cuentan con algo que es típico de nuestras tradiciones latinas: el Nacimiento, al que nosotros los mexicanos hemos hecho tan nuestro mediante el uso de esas ingenuas figurillas de barro cocido, alegremente policromadas por los artesanes indígenas.
¿Quién no se ha enternecido alguna vez frente a esos arroyitos de papel plateado o esas lagunas hechas con un espejo, o uno de esos gallos que resulta de talla mayor a la del Señor San José! ¿Quién no ha visto la figura de un pastorcito supuestamente palestino que reza de rodillas junto a un nopal cuajado de rojas tunas mexicana. ¿Y qué decir de esos frescos colchoncillos de verde musgo con que pretendemos representar, idílicamente por supuesto, la culinaria árida tierra en que Jesús quiso venir al mundo?
Todos, sin duda, guardamos algún convirtió tierno recuerdo respecto a cierto "nacimiento" visto en nuestra infancia o juventud. Sin embargo, se ignora en dónde se originó la costumbre de "poner el nacimiento". La escena más antigua de la Natividad de la cual nos ha llegado noticia es aquélla en que el dulce Francisco instaló en Asís, allá por el año de 1223, lo cual hizo, según sabemos, con el único objeto de ilustrar su maravilloso sermón navideño.
Paulatinamente, la costumbre se generalizó en toda Italia y de allí pasó a los países de tradición latina. Tan bella costumbre ha arraigado tanto, que no es de extrañar el hecho de que muchas personas e instituciones hayan dedicado enormes fortunas a la adquisición de figuras excepcionalmente bellas para decorar su "nacimiento" y así, existen muchos tradicionalmente famosos, como el que en pone cada año. con arte inimitable, el poeta Carlos Pellicer.
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